El mensaje de “Ya no estoy aquí” va más allá de las cumbias
Lo de menos es la cumbia, los bailes o los atuendos. “Ya no estoy aquí” cuenta la historia de Ulises (Juan Daniel García Treviño) a quien una confusión con un grupo criminal, lo lleva a abandonar Monterrey para huir a Estados Unidos y dejar su país justo en un momento en el que el narcotráfico y la muerte se posó sobre sus amigos.
La cinta de 2019, de Fernando Frías, presentada en la 17ª edición del Festival de Cine de Morelia, donde ganó el OJO a largometraje mexicano y además el premio del público a largometraje de ficción en el Festival internacional de Cine de El Cairo, donde consiguió la Pirámide de Oro, es una de las producciones más vistas en la plataforma de streaming de Netflix.
El pasado 28 de mayo, día de su estreno, la cuenta oficial de la película agradeció el primer lugar en esta plataforma. Y es que la historia no tiene por qué verse por su contenido musical o por el homenaje que se hace a la subcultura conocida como Kolombia y a sus miembros los cholombianos. Estos jóvenes retratan a un Monterrey alejado de la opulencia y el desarrollo. Ahí en las favelas de la capital norteña se desarrolla la historia de este joven que por una confusión con un cártel, tiene que huir a Queens en Nueva York.
La historia cuenta también uno de los momentos más violentos en la historia de Monterrey. Los grupos criminales se disputan el territorio y los jóvenes se convierten en carne de cañón para los narcotraficantes. Ulises es deportado después de intentar sobrevivir en Nueva York sin hablar inglés. La música que sale de sus audífonos y el ritmo impregnado en sus pies es lo único que lo mantiene a salvo, incluso después de ser deportado.
La cumbias a media velocidad que escuchan los Terkos, el grupo que conformaron Ulises y sus amigos, llevan de inmediato a recordar los ritmos interpretados por el rey del acordeón, Celso Piña, uno de los máximos exponentes de la cumbia colombiana y el vallenato pero desde el corazón del norte mexicano.